Lo más importante es escucharle. Más que hablar nosotros, el niño necesita sentirse comprendido. Hay que practicar la llamada escucha activa o escucha reflexiva. Este tipo de escucha consiste en prestar atención al mensaje del niño sin hacer ningún juicio de valor, simplemente entendiéndole y poniéndonos en su lugar. Por supuesto, deben existir unas condiciones adecuadas (estar a solas, no tener otras ocupaciones en ese momento, etc.) para la comunicación.
- No reaccionar desproporcionadamente ni perder los papeles. Actuar dejándonos llevar por la ira o la cólera no hará sino complicar el problema.
- No reaccionar con agresividad. Aunque debemos dejar claro que la conducta del agresor es incorrecta y no tiene derecho a abusar de nuestro hijo, no por eso hay que referirnos a él con insultos. Debemos predicar con el ejemplo que la mejor respuesta a la agresividad no es una respuesta igualmente agresiva.
- Aceptar los sentimientos del niño. Ante una experiencia de acoso lo normal es que el niño sienta tristeza, miedo y rabia. Si los padres reconocen y aceptan esos sentimientos, el niño podrá comenzar a superarlos. El quitar importancia a lo que siente, aunque sea para que se anime, no les ayuda. El niño debe afrontar esos sentimientos, y es a partir de esa conciencia como podrá mejorar.
- Ayudarle a buscar soluciones: Una buena manera es iniciar un “brainstorming” o tormenta de ideas, es decir, pedirle que piense en el mayor número de soluciones posibles; las anotaremos todas, aunque parezcan descabelladas. Luego hay que pararse en cada una de ellas y analizar su validez (si tienen más ventajas que inconvenientes). La idea a transmitir es que el niño puede encontrar la solución, para lo que el adulto le ayuda. Es la mejor manera que aprendan a afrontar los conflictos y solucionar los problemas de manera autónoma.